Dicen que las vivencias en la infancia, marcan y dejan huellas profundas. Alejandro Garcia Duran, "Chinchachoma" fue un sacerdote catolico, lleno del amor de Dios, al que tube el privilegio de conocer cuando yo vivia en las Arenas, barrio de la ciudad de Terrassa. Siempre guardare un buen recuerdo de su trabajo y dedicacion hacia los mas pobres y desfavorecidos. El con su buen hacer, y su gran amor a cristo se dedico a la reconstruccion del barrio, despues de las grandes inundaciones en septiembre de 1962.http://es.wikipedia.org/wiki/Riera_de_las_Arenas Su exfuerzo, su entrega, no queda en el olvido si no mas bien se grabaron en el corazon de todos aquellos que lo conocimos. "Recogia la basura, limpiaba escombros, se arremangaba su sotana y cavaba en medio del barro, embarrando su sotana" . Ayudo y fue el artifice para el alumbrado publico, la construccion de la escuela del barrio, Juan XXXIII y todas, y muchas mas cosas que no quedaron ocultas a los ojos de Dios.
Cuando Las Arenas era ya un barrio exesivamente acabado para el se marcho a mexico. Su siguiente paso no fue dormirse en los laureles. De los abandonados de la sociedad se fue a trabajar con los "escupidos" de la sociedad que es como el denominaba a los niños de la calle, que abundan en las grandes ciudades mejicanas.
Alejandro García Durán, religioso escolapio quien dedicó 30 años de su vida a niños de la calle
Padre Chinchachoma
El Padre Chinchachoma se llamaba en realidad Alejandro García Durán de Lara, pero los niños de la calle lo empezaron a llamar "Chinchoma", que quiere decir "hombre sin cabello"; el apodo se fue transformando hasta quedar en el nombre con el que se le conoció.
De origen español, mexicano por opción, y con un corazón universal el Padre Chinchachoma fue religioso escolapio y dedicó 30 años de su vida a niños de la calle.
Pastor al estilo de Jesús, conviviendo con sus ovejas descarriadas, comiendo con pecadores, vistiendo al harapiento, visitando al encarcelado mientras buscaba su liberación, dando de comer austeramente al hambriento advenedizo, hospedando con pobreza y tibio corazón al callejero, guiando de las cañadas oscuras a los valles dorados de vida y trabajo digno a la grey que su Señor le confió.
Se comprometió a transformar los rostros de sus "hijos" como así los llamaba, esos rostros deformados, desilusionados, resentidos y de delincuentes —quizá—, en rostro digno, de hijos de Dios.
De escolapio de colegio y parroquia misionera saltó a ser niño de la calle, a entrar voluntariamente en un orfanato para ser como un chavo más, a recoger a los chicos y chicas de la calle, a desarrollar su propio sistema de rehabilitación de las drogas a través de castigarse cada vez que un niño se drogaba en vez de castigar al niño para que el dolor lo "pariera" y se sintiera amado, pero...es imposible intentar plasmar en unas líneas el legado de Chincha, como todos lo conocíamos.
Su fructífera vida en México
El padre Chinchachoma nació en España; llegó a México en 1969 para predicar la palabra de Dios. En 1971, un altercado que presenció en el Metro entre un policía y un niño de la calle que se drogaba, cambiaría su vida para siempre.
Durante los 30 años que dedicó a ayudar a los desposeídos, Chinchachoma fundó 18 albergues. Hoy, en los llamados Hogares Providencia, viven cientos de niños que antes fueron de la calle, ese es su legado más hermoso sin duda, los miles de chicos y chicas que lo llaman papá en el sentido más auténtico de la palabra. Ellos, y a los centenares de educadores (o tíos y tías) de los Hogares Providencia de México, son el testimonio vivo de que su vida, su opción radical por los niños más pobres, ha dado mucho fruto.
Para que podamos entrar en su alma de místico nos deja varios libros escritos, cuyos titulares son ya todo un resumen de su vida:
Mis siete queridas mujeres públicas
La porción olvidada de la niñez mexicana
El Cristo de Chinchachoma
Falleció en la ciudad de Bogotá, Colombia a causa de un paro cardiaco el 8 de julio de 1999
http://es.catholic.net/sacerdotes/315/733/articulo.php?id=24969
Valga desde Aqui mi recuerdo y mi agradecimiento a Dios por hombres como Alejandro Garcia
Duran.
El padre Alejandro García-Durán, Chinchachoma, fundó
los Hogares Providencia IAP, una gran institución
que recibe niños callejeros.
También él participó en la fundación y desarrollo de
los Hogares Calasanz con otros padres escolapios.
Él, al igual que José de Calasanz, nos inspira con las enseñanzas que nos dejó en sus escritos, en sus consejos y, principalmente, en su ejemplo de dedicar su vida entera a los niños más necesitados.
Esta hermosa carta “Gracias Padre por el paso del Chincha en mi vida” fue escrita por el P. Pepe Segalés cuando Chincha murió. En ella podemos leer quién fue Chinchachoma y por qué es nuestro inspirador.
Calasanz es un místico.
Él se encuentra con los niños pobres.
Los niños le hablan del amor del Dios todo misericordioso
con sus miradas, con sus voces tiernas,
con su pobreza, con su sufrimiento.
Entonces él renuncia a todas sus pretensiones
de obtener puestos importantes en la Iglesia,
renuncia a ser grande
y se vuelve pequeños con los pequeños.
Calasanz dedica su vida entera a los niños pobres,
a los más pequeños.
Los niños se van metiendo a su corazón.
El quiere hablarles de Dios
pero poco a poco encuentra
cómo contemplar a Dios en esos pequeños.
Y así llega el momento de ver cara a cara a Dios,
como un místico.
Y cuando alguien ve cara a cara a Dios
todo lo demás ¡vale madres!
Chinchachoma. Tlalcoligia, D.F.
25 de agosto de 1998.
Gracias Padre por el paso del Chincha en mi vida.
Gracias Chincha porque me enseñaste con tu vida páginas bellas y difíciles del Evangelio…
Me enseñaste que Dios me quiere tal como soy, a pesar de mis defectos, porque tú seguías queriendo tus muchachos de la calle, a pesar de que continuaban con su mala conducta. Creías de verdad en la dignidad de la persona.
Me enseñaste que Dios confía en mí, a pesar de mis reiteradas infidelidades porque tú seguías confiando los dineros a los niños que te mentían y robaban.
Me enseñaste que la pedagogía tiene que ver con aquello de San Pablo: “el amor perdona sin límites, cree sin límites, espera sin límites, soporta sin límites”.
Me enseñaste que sólo hay una pedagogía… la pedagogía de Jesús, la pedagogía del Evangelio.
Me enseñaste que la pedagogía no es tanto integrar a la sociedad “que es una mierda”, como decías, sino ayudar a los niños a ser generosos y valientes.
Me enseñaste que a Dios se le puede hablar como lo hacemos con los amigos, con mezcla de ternura y groserías, porque así le hablabas a Dios.
Me enseñaste que a Dios se le reza en todas partes y de todas las maneras porque te vi agarrado del sagrario hablándole quedito a Jesús o de rodillas y a gritos en un parque transitado de gente.
Me enseñaste a confiar en la Providencia de Dios que mira por las flores y los pajaritos y más todavía por los niños, porque diario iniciaba la Obra en números rojos y diario durante 25 años los niños comieron y la Obra se expandió.
Me enseñaste que siempre se está a tiempo para renacer de nuevo, a pesar de la tiniebla del pasado, porque fui testimonio de tantos “partos psíquicos” y procesos de “yoización”, es decir, de muchachos de triste pasado que cambiaban radicalmente y se hacían personas.
Me enseñaste que Dios es muy cercano a cada quien porque cuando rezabas casi lo hacías presente con tu mirada, con tu gesto y el tono de tu palabra.
Me enseñaste la presencia real de Jesús en la Eucaristía por la manera cómo mirabas y hablabas al pan y al vino consagrados.
Me enseñaste a entender aquello “de cargar los pecados del mundo”, aquello de “ser víctima de explotación”, aquello de “completar lo que falta a la pasión de Jesús” cuando te quemabas o azotabas o te dejabas escupir la cara.
Me enseñaste con tu risa sonora y tus malos chistes en momentos duros de tu vida que “quien a Dios tiene nada le falta, sólo Dios basta” y que no hay pedagogía sin amor y no hay amor sin humor.
Me enseñaste que el Evangelio es el anuncio de un “Dios te ama”, repetido mil veces con mil registros de ternura y al mismo tiempo es la denuncia, un grito espeluznante, una terrible maldición sobre aquellos que dan mal ejemplo a los pequeños y sobre aquellos que perpetúan la injusticia en la tierra.
Me enseñaste lo que es la ira de Dios, la santa ira, cuando gritabas a quienes pervertían a los más pequeños.
Me enseñaste la libertad de los hijos de Dios por tu manera de vestir, de hablar, de escribir, de relacionarte con unos y otros, con los de arriba y con los de abajo. Me enseñaste la verdadera libertad cuando gritabas con los presos: ¡iexci; soy libre!
Me enseñaste a mirar el corazón de las personas, no de sus apariencias, ni títulos, ni dinero, ni cargos… no si están tomados o drogados o ejercen “malas profesiones”. Me enseñaste a respetar la persona.
Me enseñaste aquello de que las prostitutas irán delante en el Reino cuando nos hacías descubrir el diamante escondido bajo el excremento de la vaca. Basta leer tu libro “Mis siete amadas mujeres públicas”.
Me enseñaste a perdonar cuando te escuchaba hablar y veía cómo tratabas a las personas que a tu parecer habían intentado destruir la Obra. Y no había ni pizca de rencor en palabras y gestos.
Me enseñaste aquello de “hacerse como niños” si queremos encontrar el Reino cuando te doblabas la oreja, tocabas el violín con los pelos de tu barba, hacías de tu nariz una orquesta, recortabas un monigote de una servilleta de papel, chocabas tu panza “poderosa” sobre la hilera de niños, atravesabas el aire con tu “zapato volador”, o te convertías en potro salvaje montado por los atrevidos niños. Y esto un día y otro, desde la madrugada hasta la media noche, con ganas o sin ganas… Y esto un año y otro… hasta el final.
Me enseñaste que la primera obediencia es siempre a la conciencia.
Me enseñaste a buscar dinero constantemente, con fiebre, al mismo tiempo vivir desprendido, libre el corazón, cuando lo quemabas o lo regalabas con facilidad.
Me enseñaste que la dignidad sacerdotal huele a calle, a sudor, va con andrajos o descalza. Me enseñaste que el pastor huele a oveja.
Me enseñaste teatralmente que rezar es el grito del niño en brazos de su madre o el ladrido del perro que espera las migas que caen de la mano del Amo.
Me enseñaste que hoy es posible y necesario repetir los pasos de Calasanz: recoger los niños de la calle que ninguna institución quiera recibir y hacerse cargo de ellos, enseñándoles piedad y letras.
Me enseñaste lo que es estar disponible para el Reino las 24 horas del día. Y aquello de que “quien pierda su vida la encontrará” viendo el final de tus días.
Me enseñaste con tu vida que la fidelidad al Evangelio no se confunde con el equilibrio psíquico. Mi madre acertadamente me llamó siempre “el loco de Dios”.
Me enseñaste que el seguimiento generoso de Jesús sana poco a poco nuestros desequilibrios… Me enseñaste con tu vida y la acción de Dios en ti aquello de la dialéctica entre “naturaleza y gracia”.
Me enseñaste que ciertamente vivimos en los tiempos del Espíritu Santo, la fuerza de Dios que atraviesa nuestra debilidad y obra en nosotros y con nosotros hace maravillas, sorpresas, es decir, milagros.
Me enseñaste no tanto a dar sino a pedir la bendición de los enfermos, de los ancianos, de los niños, de aquellos que tienen las llaves del Reino.
Me enseñaste a entender y a defender el primer derecho humano, “el derecho a ser concebido con amor”.
Me enseñaste…
Ahora Chincha, que ya estás abrazado al Padre, a Jesús, a María, a Calasanz, a tus padres y al Pancho, a tantos niños de la calle excluidos de este mundo por el egoísmo nuestro, pídele a Dios que todo esto que me enseñaste, y fue tantísimo… algo aprenda.
Gracias Chincha, maestro excepcional, hijo fiel de Calasanz, hermano y ahora definitivamente “mi buen valedor”.
Pepe Segalés, Sch.P.
Te amo
Dios te ama
ámalos